Jugamos a la guerra. Somos los delfines que endulzamos al rey para, a través suyo, gobernar. Nos sumergimos en el poder del dinero y disfrutamos acumulando objetos. Finalmente, ya cansados de esta búsqueda, dejamos que azar decida.
Jugamos, jugamos, jugamos. Permanentemente jugamos. Y al igual que en la vida, queremos huir de la vileza y sin embargo estamos inmersos en ella, sin dejar paso a nuestros espíritus, muchas veces desenfrenados, caóticos y sedientos de beber del manantial del misterio de la vida.
Y nos olvidamos que al final, cuando nos toque irnos, solo dejaremos recuerdos, lágrimas… razones para seguir soñando… para seguir jugando…